No cabe dudas que las causas, intangibles, pero cuyos efectos se materializan dolorosamente, día a día, ante nuestros ojos, y que han sumido hace muchos años a nuestra región en el subdesarrollo, la pobreza, la ignorancia, el desamparo y la desesperanza, son la corrupción y la impunidad; y estas son a su vez, el efecto, por un lado, de una clase política que no está a la altura y, por el otro – y esto quizás es lo más grave – , por la ausencia de las élites económicas e intelectuales y de la ciudadanía en general, en el debate político.
Esta ausencia, muchas veces deliberada, beneficia a la clase política que no siente la necesidad de rendir cuentas de su mandato y, por ende, nunca ven comprometidos, ni sus privilegios ni su continuidad. Es aquí donde hoy es urgente que las élites jueguen el papel más relevante por causa del rol preponderante, y a la influencia que ejercen en la sociedad.
Hace mucho tiempo que hemos asumido – y creo que es algo bueno – que es imprescindible que los líderes y representantes de la sociedad civil, deben participar más activamente en los procesos de, por un lado, decisión de las políticas públicas y, por el otro, de fiscalizar las rendiciones de cuentas de nuestros representantes. Estas acciones, que deben ser constantes y continuas, exigen dos premisas: de una parte, un compromiso genuino de estos líderes y, de otra, una redefinición de la figura del líder. Es respecto de esta segunda premisa donde hoy más que nunca, el rol de la mujer debe ser central.
EL LIDERAZGO DE LA MUJER
En la sociedad latinoamericana la mujer ha asumido – desde siempre – un rol de liderazgo, tanto a nivel comunitario como familiar. En nuestra conciencia colectiva y en la realidad del día a día de nuestros países, la mujer es cabeza de hogar, líder comunitario, referente emocional, sustento económico y reserva espiritual de su entorno. Sin embargo, muchas veces, este liderazgo, las mujeres lo ejercemos de manera pasiva e incluso sumisa. Solemos asumir las responsabilidades, pero no es frecuente que nos llevemos los créditos. Estamos dispuestas a luchar por los otros, pero muy pocas veces estamos dispuestas a reclamar nuestro lugar de liderazgo.
Afortunadamente la realidad está cambiando, de manera acelerada en los entornos urbanos, más lentamente en las áreas rurales; y si bien, en términos de derechos, la igualdad se ha materializado, desde el punto de vista cultural, todavía hay mucho por hacer.
EL CAMBIO CULTURAL
Este cambio cultural, que es el que propicia la transformación de los paradigmas en las sociedades, podrá llevarse a cabo de manera más eficiente, siempre y cuando las mujeres tengamos la posibilidad de acceder a posiciones de decisión y a puestos de responsabilidad, tanto en ámbito privado como en el sector público.
L. von Mises decía que el poder no es otra cosa que la “facultad o capacidad de orientar la acción”. En la medida que las mujeres accedamos a estos puestos de poder, estaremos en la posición de reencausar los objetivos de la sociedad, dándole nuestra visión e impregnándola de valores que nos son propios, y que nos definen como mujeres: la solidaridad, la empatía, el compromiso y, porqué no, un cierto sentido estético que muchas veces está ausente.
En concordancia con esta visión y estos valores que caracterizan a las mujeres, creo que el ejercicio del poder con perspectiva femenina debería, en lo referente al sector público, ser uno de los antídotos para el combatir la corrupción y la impunidad de la que hablamos más arriba y, desde el sector privado, contribuiría de manera decisiva a generar ecosistemas productivos más humanos e inclusivos, sin que con ello se comprometa la productividad y la eficiencia.
Incluir a más mujeres en el rol de creación de políticas públicas incorporaría una óptica distinta para la implementación de propuestas más cooperativas y holísticas, y la construcción de una sociedad más abierta.
El desafío que se nos presenta por delante es el de cómo hacer que nosotras, quienes ya nos encontramos en posiciones de liderazgo, podamos seguir avanzando en el camino hacia la inserción en puestos de mayor responsabilidad.
AHORA ES EL MOMENTO
Después de los logros en lo relativo a los derechos de acceso al trabajo y la igualdad ante la ley, que se han logrado durante el siglo pasado, ahora es el momento de dar el siguiente paso en el proceso natural de inclusión de la mujer al aparato productivo, es decir, a su participación con la gobernanza de los asuntos públicos y privados.
Vivimos en una sociedad conectada al mundo, donde el conocimiento y la transferencia de las ideas más avanzadas está al alcance de todos, la población latinoamericana es en su mayoría joven y abierta, y en muchos de nuestros países, hay un proceso acelerado de revisión de los valores que hacían difícil nuestra participación en roles para los que tradicionalmente no estábamos preparadas, o eran destinados exclusivamente a hombres.
Es por ello que pienso que el momento actual es el más propicio para que se lleve a cabo nuestra inserción definitiva en los puestos de responsabilidad.
Como dijo Borges: “El nombre es arquetipo de la cosa”, vale decir, que en el mismo nombre del objeto al que se refiere, está contenida su esencia. El líder es quien tiene la capacidad de generar ideas e influir en la acción de otras personas, para que estas ideas se hagan realidad. En el debate sobre los procesos de deconstrucción y reconstrucción de los roles e identidades de las personas, el que afecta a la mujer es quizás el más importante, y el que más impacto tendrá a largo plazo. Por lo tanto, es indispensable construir la asociación y la identificación de la mujer con la figura del líder, creando así un nuevo arquetipo de liderazgo con rostro y nombre de mujer.
*Vicepresidente regional de FIJE (Mercosur).
Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Centroamérica.
Comments